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La ciudad en el cielo

Autor: Antonio Arjona Huelgas

La ciudad en el cielo

Fotografía: Jossue Mizael Ortiz Álvarez

Registro de Clío, la historiadora del mar de basura. Evidencia del pasado y el presente.


No tengo mucho que decir acerca de la ciudad en el cielo. Hay quienes dicen haberla visto, más nunca he podido probar su existencia. Tanto por su contenido, como por el estado de la carta, estimo que tiene poco tiempo de haber sido escrita. Cuesta creer la cantidad de referencias que existen a dicha ciudad, pero esta es de las pocas evidencias que tenemos de su existencia, o por lo menos un supuesto testimonio al respecto, y de un habitante de ella. Claro que, si lo pensamos, podría ser una falacia, una mera invención de alguien. No obstante, el dron en el que la encontramos, así como la sofisticación del mismo, apunta a tecnología que sólo se conserva en las grandes ciudades tras el cataclismo, inclusive diría que la deja obsoleta. Desde el inicio del plastoceno, el plástico inundó el mundo, los rezagos del Mundo Caído se han vuelto casi una fantasía.


A continuación, transcribo el documento en cuestión.

Carta encontrada en medio del mar:

“A día 10 de Pluvio

“Querida Cynthia,

“No sé si mis cartas llegan a dónde te encuentras. Creo que las dos anteriores debieron perderse por el clima. Los drones son ineficientes para localizar un hogar en medio de los amontonados rascacielos. Pero espero que podamos mantener nuestra correspondencia. Soy una persona solitaria en la medida en que puedo serlo, aun así tu amistad me resulta invaluable. Mi vida, a decir verdad, es un tanto extraña. Se podría decir que nada me falta, mis necesidades están satisfechas. No obstante, creo que el sentire solo me ha llevado a redactar estas cartas. Fue una fortuna que respondieras y enviases de vuelta el dron aquel día de mi desliz, en que opté por dirigir al dron sin dirección precisa, sólo con la orden de encontrar a una persona cualquiera. Nunca he salido de aquí, no lo tenemos permitido, ni lo deseamos. Claro que, llevaba mucho tiempo sintiéndome demasiado solo. Te has vuelta una bendición en mi vida, a pesar de las extrañas costumbres de los tuyos, los habitantes de abajo.  Me disculpo, quizá soy un tanto grosero. Sé que allá abajo todo es plástico y ruinas. Quisiera poder verte en persona, más el destino parece querer evitarlo. Además, imaginarás como terminaría un intento de escape del cielo.


Permíteme hablarte de mi hogar, creo que no lo he hecho lo suficiente. Tal vez algún día, si el mando de la ciudad me diese el permiso, pueda traerte hasta aquí, o salir a conocer el mundo allá abajo. ¿Cómo te hablo de mi hogar, querida Cynthia, si es que vivo en un sueño? Los sueños son el ideal de la humanidad. Vivimos en paz, el acceso a la tecnología está limitado a la satisfacción de todas nuestras necesidades. Le eficiencia y precisión en las mismas mantiene el orden. Del vapor de agua conseguimos el líquido que bebemos. La cantidad de agua que tomamos y alimento que comemos está regulada por la urbe.


“Cualquier sentido de carencia se satisface con el anapnoi, una maravillosa sustancia que nos permite no sólo vivir aquí, sino sentir placer constante y evitar el sufrimiento. Es todo lo que necesitamos para vivir.

“Somos de las pocas entidades terrestres que aún envían gente al espacio. Seleccionada por la matriz de datos. La ciudad del cielo sirve como soporte, y la altura nos facilita el viaje. Usamos carburo de silicio amorfo como base para grandes ductos, elevadores, así como cables para combustible, a su vez, con grafeno fabricamos baterías eficientes para drones y maquinaria. Podría apostar que no queda tecnología como la nuestra en el resto del mundo.


“Es cierto que, incluso ahora, los viajes espaciales no son, aun así, la normalidad no es enviar ciudadanos al espacio. Debemos cuidar las relaciones con las comunidades del exterior, por lo que el destino de nuestros emisarios debe regularse tanto como nos es posible. Aunque vivimos en lo que muchos considerarían una utopía, los rumores del estado del mundo no son de la gracia de las comunidades exteriores. Tienen muchas reservas en torno a los habitantes de la Tierra; no somos una excepción. Sin embargo, me sorprende, pues si conservamos el nivel tecnológico suficiente para mantener los viajes espaciales, e incluso mejorar el desarrollo de los mismos, deberíamos ser mucho mejor considerados. Después de todo, y no es por demeritarlos a ustedes, los habitantes del llamado “mundo de plástico”, mantenemos un estado civilizatorio estable y comprometido con el progreso de la humanidad, que, insistimos, todavía no llega a su fin.


“Y, de los herederos del antiguo mundo, antes del Cataclismo, nosotros somos quiénes han podido construir un porvenir con nuestras propias manos.


“Queda mucho por delante en el aparentemente aciago paso de nuestra especie. Mantenemos la esperanza en la ciudad que nunca duerme, que nunca cae, y, sobre todo, que nunca incurre en la barbarie que asoló a las civilizaciones humanas durante milenios.

“Nuestra estabilidad no es gratuita. Es resultado de incontables sacrificios, de un orden perfecto, un sistema sin huecos, posibilitador de una gracia y bonanza que, para los pueblos más primitivos, se habría considerado resultado de milagros, de la acción de la divinidad. No obstante, nada está más alejado de la realidad: la razón y el saber fueron nuestra guía. El desarrollo tecnológico y político fueron la llave de nuestras maravillas. Debo hablarte un poco más a fondo de esto, tanto por nuestra amistad, como por el deber que tengo para con mi especie. Quizá ustedes consigan mejorar como sociedad si les brindo algunos de nuestros sabios aprendizajes. Por deber mismo, me permito aclarar,  que no me corresponde revelar demasiado. Nuestra ciudad es reacia con el exterior, y con justas razones, por lo que no puedo extenderme en detalles.

“Uno de los principales puntos de control es el manejo de la natalidad, la mortalidad, y la densidad poblacional. Cuando la población excede el límite, se elige, en la mayoría de los casos, a algunos de los más viejos, y se le dan dos opciones: morir por voluntad propia arrojados al cielo, o movilizarlos a la zona de retiro, ubicada en una montaña cuya localización es un secreto.


“No hemos podido librarnos de la presencia de microplásticos en nuestro organismo, pero redujimos la medida al mínimo. He oído que allá abajo nacen bebés con órganos plastificados, incluso con parte de su piel impregnada, como una capa adicional: los hijos de la era del plástico. Creo que son patrañas, pero no descarto los infartos repentinos o derrames cerebrales por acumulación de microplásticos.


“En verdad no puedo quejarme de las condiciones aquí arriba. Aparte del anapnoi, necesitamos respiradores para salir a las calles, aunque las llamadas ‘cabañas’ simulan el ambiente del extinto mundo de abajo: bosques y selvas, ríos, lugares dónde se puede respirar aire fresco y puro, sin aditamentos. Una vez por semana podemos acceder a ella, en sesiones.


“¿Cómo se sostiene todo esto? Por la ciudad misma. Todo está controlado por una inteligencia artificial cuya labor fue salvar a la humanidad; la IA es la ciudad misma. Su orden es perfecto. Vivimos y morimos por la ciudad. Te aseguro que vale la pena. Somos la esperanza en el plastosceno.

“No debería infórmate nada de esto. Estoy en peligro por hablar de mi hogar. Más no importa, pues hace mucho dejé de tener amigos en las alturas. Espero que mi tenue voz pueda llegar hasta ti.

“Con cariño, Jacobo.

“P.D. Querida Cynthia, creo que mis cartas no están llegando a ninguna parte”.

Este pliego de papel-metal inoxidable fue encontrado a treinta kilómetros al oeste del mar de plástico, suponemos que nunca llegó su destino. Se dice que vieron al dron caer de lo alto, más no por un ataque o el clima, sino que el aparato se lanzó a sí mismo en picada. Algunos hemos visto la ciudad en el cielo, tan distante como otra Luna orbitando la Tierra. El mundo de allá arriba carece de libertad. Sin embargo, al parecer, viven mejor que nosotros. Bastante mejor, a decir verdad, aquí abajo la Tierra está en ruinas. También sben de nosotros, al menos mucho más de lo que sabemos de ellos. No sé qué pensar al respecto. Podríamos optar por un sistema como el suyo, si acaso no nos estuviésemos ahogando en los restos de la antigua gloria civilizatoria, hoy tan sólo podredumbre.No tengo ni idea de si pudiéramos implementar algo. No todo brillo es fortuna. Y aún de conseguirlo, podríamos acabar en otro infierno. Toda fe es cuestionable y la vida nunca es tan maravillosa, pero me sigo preguntando si en verdad la vida es así en la ciudad de los cielos.


Clío, la historiadora del mar de basura.

12 de febrero.

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