top of page

Papel manchado

Autor: Dr. Paolo González©.
Profesor. ESCA Tepepan – IPN.

Papel manchado

Fotografía de Alma Juárez Sánchez

Recuerdo que fui yo quien trajo a Luisa a trabajar a la fábrica de papel. La conozco desde que era una niña, su papá vendía filetitos de pescado en la esquina de la casa, pero enfermó y Luisa tuvo que dejar de estudiar para echarle la mano con sus medicinas. Como yo conocía muy bien a la encargada de recursos humanos, le dije que si no tenía un trabajito para una conocida que le urgía encontrar chamba.


─Me caíste del cielo, porque la secretaria del jefe renunció ayer y me urge una sustituta. No importa que no tenga experiencia, con que sea joven y se vista elegante es casi seguro que se quede con el puesto-. Estoy seguro que esa niña es la indicada para esta chamba, manita, no te vas a arrepentir.


Saliendo de mi turno, me fui directito a casa de Luisa para contarle la buena noticia:

─ ¡Ya tienes chamba! Bueno, te tienes que presentar primero con la jefa de recursos humanos, le dices que vas de mi parte, ella ya sabe – muchas gracias, vas a ver que le voy a echar muchas ganas, no te voy a quedar mal– te darán trato especial, pues, en treinta años que llevo trabajando de velador en la empresa, nunca han tenido una queja mía y nunca les he pedido un favor y pues es justo que me echen la mano.


Luisa se presentó al siguiente día en la oficina de recursos humanos. Después de algunos minutos de espera, una joven le pidió que la acompañara y, mientras caminaban por un patio enorme que atravesaba toda la fábrica, recibía indicaciones de cómo debería desempeñar su trabajo. Aquella joven le dijo que procurara usar faldas arriba de la rodilla porque ese detalle el jefe lo sabe agradecer. Cuando el jefe la tuvo frente a su escritorio le pidió que se diera una vuelta y con el pulgar hacía arriba le dio el visto bueno para que fuera su nueva secretaria.


Después de algunos meses, Luisa y yo coincidimos en la fábrica, estaba fumando un cigarrillo con la mano temblorosa y con las manchas de rímel en los ojos, me imaginé que su padre se había puesto mal, pero me dijo:

–No es nada, mi papá está bien, no se preocupe. Es sólo que tengo mucho trabajo, eso es todo– me prometió que estaría bien y que por favor no dijera nada.

A la hora de la cena mi compañero de rondín se notaba un poco sacado de onda:

— Te voy a decir algo, pero solamente porque sé que la morrita esa es tu protegida, y con la condición de que no la vas a hacer de pedo, nada más es para que te pongas trucha y averigües que le hace ese cabrón del jefe a tu compita. Mira, varias veces los he encontrado en el cuarto de las licuadoras de papel como si estuvieran discutiendo, porque ella siempre sale llorando—, me saqué de onda y le agradecí a mi compañero la información, y le dije que mañana saliendo de la chamba me iba a lanzar a verla a su casa.


Inquieto y después de platicar con mi compañero, procedí a dar mi primer rondín, me detuve en el cuarto de las licuadoras para ver que todo estuviera en orden. Sin embargo, al cerrar el cuarto, alcancé a escuchar unos gritos. Me quedé parado sin hacer ruido para poder identificar de donde venían los gritos, enseguida escuché como azotaban cosas, encendí la luz y con cuidado fui al fondo del cuarto. Para mi sorpresa, en una cabina de las licuadoras estaban Luisa y el jefe forcejeando. Grité que la dejara, Luisa alcanzó a zafarse y corrió hacía mí. El jefe, al querer escaparse por la parte trasera de la cabina, se resbaló y cayó dentro de una licuadora. Pedía auxilio, me imploraba que lo salvara, más no hice caso a sus gritos. Tomé a Luisa del brazo y salimos lo más rápido de aquella bodega. Le pedí que me esperara un momento, regresé solamente para apretar el botón de encendido de la licuadora.


Al día siguiente, el papel salió con un extraño color rojizo y el jefe apareció en un espectacular de periférico oriente con la leyenda: “Ayúdanos a encontrarlo”.

ojo.png

Adictos al Descubrimiento

BIOPHYLIA

bottom of page