El poder de la curiosidad
- Biophylia et al
- 2 oct
- 3 Min. de lectura

Fotografía y Collage: David Lara Ramírez.
Fotografía: Jossue Mizael Ortiz Álvarez y Anahí Armas Tizapatzi
Preguntas que se transforman en descubrimientos
Cierra los ojos por un momento e imagina que estás parada o parado frente a un río. El agua fluye sin detenerse, reflejando el cielo, arrastrando hojas, piedras y… algo más. Un brillo extraño, una mancha en la superficie. Algo que no debería estar ahí. Te acercas un poco más. ¿De dónde viene? ¿Qué significa? ¿Cómo afecta a la tierra, a quienes viven cerca?
Preguntas similares me hice yo cuando era niña. Me llamo Anahí Armas Tizapantzi, nací y crecí en Tlaxcala, un lugar donde las tradiciones y el conocimiento de nuestros ancestros aún viven. Me fascinaban los colores del suelo después de la lluvia, pero, sobre todo, lo que no se veía a simple vista, pero estaba ahí, lo que sostiene la vida en cada rincón del planeta. Aprendí que cada pequeño detalle esconde una historia y que la ciencia puede acercarnos a ella.
Cuando crecí, decidí estudiar Ingeniería Química, pensé que mi destino sería crear soluciones para la industria. Pero un día, observé más de cerca lo que la industria dejaba atrás: ríos contaminados, suelos dañados, aire que pesaba en los pulmones. Me hice una pregunta que cambió mi camino: ¿se puede construir sin destruir?
Así fue como mi brújula científica giró hacia la Biotecnología y la Biología Molecular. En ese camino, descubrí que la naturaleza tiene soluciones que a veces pasamos por alto. Por ejemplo, con los hongos, muchas veces los vemos como simples acompañantes de la humedad cuando en realidad son guardianes ocultos del equilibrio del planeta. Además, algunos tienen la capacidad de descomponer contaminantes, limpiando suelos dañados y transformando desechos en algo útil. Fue asombroso darme cuenta de que a veces las respuestas a grandes problemas pueden venir de donde menos esperas.
Ahora, en mi trabajo, investigo cómo pequeñas señales en los organismos —los biomarcadores—pueden contarnos historias sobre la contaminación. Es como si fueran lámparas que se encienden cuando detectan algo en su camino, revelándonos lo que ocurre en el ambiente y dándonos pistas de como solucionarlo. Para encontrar estas señales, estudio distintos organismos, desde peces hasta hongos, cada uno con una historia por contar sobre el mundo en el que viven y los cambios que enfrentan.
Pero encontrar estas pistas no es suficiente, si quedan atrapadas en un laboratorio no pueden cumplir su verdadero propósito: ayudar a cuidar nuestro entorno y nuestra propia salud. Por eso, desde que comencé en este camino, supe que la ciencia no es solo investigar, también es compartir, inspirar y enseñar. ¿De qué serviría todo este conocimiento si no llegara a más personas? Una de las cosas que más disfruto es hablar con niñas, niños y jóvenes, ver cómo sus ojos brillan cuando descubren algo nuevo y recordarles que la ciencia no es un club exclusivo para unos pocos: es un mapa que todos pueden aprender a leer.
Así que, si estás a punto de comenzar un proyecto, quiero decirte algo: la ciencia no es solo para los que sacan dieces, ni para los que siempre tienen la respuesta correcta. La ciencia es para los que se atreven a preguntar. Para quienes ven algo extraño en el río y no se quedan con la duda. Para quienes quieren entender el mundo en lugar de solo vivir en él. Y también para quienes quieren descubrir cómo las estrellas brillan, por qué el viento suena entre los árboles o cómo una semilla tan pequeña puede convertirse en un árbol enorme.
No tengas miedo de equivocarte, porque cada error te acercará más a la respuesta correcta. Si alguna vez crees que tu sueño es demasiado grande, piensen en esto: yo también fui una niña llena de preguntas en un pueblo pequeño. Y aquí estoy, haciendo lo que amo y tú también puedes hacerlo. Solo necesitas curiosidad, pasión y la valentía de seguir explorando.
¡Adelante, la aventura apenas comienza!
Con entusiasmo,
Dra. Anahí Armas Tizapantzi














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